Fito Luri es un reusense, un hombre cercano con mirada directa y clara. Lo que más cautiva es su voz, cálida y a la vez intensa, que acompaña las letras profundas de las canciones. Te emociona y te llega de pleno.
Como bien dice él, vive entre Casiopea y la Mussara, donde se pierde siempre que puede para tocar la tierra, dejarse llevar por el viento e inspirarse. Todas las revoluciones, sean del cariz que sean, le importan y se emociona cuando dice que constantemente busca «imposibles». No cree en la fama, sino en el trabajo constante del picapedrero o del orfebre. Y camina sin cesar, buscando nuevos sonidos y nuevas voces para sus músicas.
Fito, cómo te defines tú.
A mí me gusta mucho definirme como cantautor. Porque la misma palabra ya es muy definitoria, es decir, canto lo que escribo. Y, por eso, la palabra cantautor me gusta mucho.
¿Qué es para ti tu casa, tu hogar?
Para mí el hogar es el rincón donde estar solo. El rincón donde estar tranquilo y el rincón donde me gusta escribir, me gusta componer canciones. Yo, por ejemplo, tengo guitarras en diferentes habitaciones, en una percha de guitarras, y en el comedor tengo la sala donde trabajo. A mí, estar solo en casa me ayuda a estar en estado de constante creación.
¿Cómo llegaste al mundo de la música? ¿Era algo presente en tu casa?
No, yo llegué a la música como mucha gente llega, con mis amigos. Y es que con compañeros del instituto teníamos inquietudes y decidimos formar un grupo de música. Y así nació mi primer grupo. Lo que ocurre es que la gran mayoría no siguieron haciendo música y, en cambio, yo me enganché de manera desmedida y ya no lo he dejado nunca más.
Tu mundo no es solo la música, también escribes. ¡Explícamelo!
Sí, me gusta escribir. De hecho, mi último proyecto es un libro-disco, donde la gente podrá escuchar las canciones, al tiempo que leerá los poemas que he escrito. La verdad es que me gusta mucho escribir, lo encuentro terapéutico, me encanta colaborar con los medios locales y, en general, con todo el mundo que me guste lo que propone.
Y con la música, hace muchos años que vas en solitario, ¿verdad?
Sí, ya hace muchos años que me dedico a esto y siempre he estado muy vinculado al teatro familiar, a hacer músicas por las compañías que se dedican, a los que hacen espectáculos de títeres y también, a hacer espectáculos musicales para visitas dramatizadas a edificios que son patrimonio de la historia artística, como del modernismo o la edad medieval.
¿Siempre has vivido en Reus, Fito?
No siempre, también he vivido en Barcelona mientras estudiaba en la escuela de música. Pero lo que siempre me ha atraído son las zonas rurales, el campo. En estos momentos tengo una casa alquilada en Cornudella de Montsant, en el Priorat, y siempre que puedo me voy allí. También he vivido en Vilaplana, de hecho, cuando pienso en casa pienso en Vilaplana.
Hablemos de primeras veces. ¿Cuál fue la primera vez que compusiste una canción?
Recuerdo que fue en casa de mis padres cuando todavía vivía con ellos porque era muy joven, debía de tener 15 o 16 años. Empezaba a trastear un poco con la guitarra y era la época en la que en Brasil solo se hablaba del tema de los “meninos da rua”, aquellos niños pobres que los mataban porque estorbaban. Y mi primera canción, que nunca vio la luz, se inspiró en esta situación tan impactante.
¿Y la primera vez que hiciste un concierto?
¡Por supuesto que lo recuerdo! Fue en el instituto, un concierto matinal donde triunfamos mucho, como no podía ser de otra manera porque, cómo no, éramos todos alumnos de allí mismo.
¿Y el primer disco?
Fue con el grupo Café París, en 1993. Lo grabamos en Barcelona en unos estudios que había en el paseo de Gràcia, que creo que ya no existen. Éramos un grupo que hacíamos pop folk y combinábamos instrumentos modernos con instrumentos tradicionales y medievales, como pueden ser la zanfona o el saco de gemidos. Y ese fue mi primer disco.
¿Y en solitario?
El disco Aromes del año 2003.
¿Y la primera vez que escogiste una casa?
La primera vez que elegí una casa fue cuando me fui de casa de mis padres justo antes de ir al Taller de Músics. Alquilé un piso en el centro de Reus, en la calle Santa Teresa. Era un piso pequeñito que estaba muy bien, en pleno centro y, de hecho, aunque estudiaba en Barcelona, pude conservarlo porque en verano tocaba con orquestas y ganaba lo suficiente para el alquiler. Y este fue el primer piso donde viví solo una vez independizado de casa mis padres.
Supongo que por tu trabajo has viajado mucho. ¿Cómo ha sido?
Sí, sí, de hecho, con el grupo Café París ganamos el premio al mejor grupo de “Jóvenes Intérpretes” de Radio Nacional de España y fuimos a tocar en Madrid y en lugares como Asturias, País Vasco o Galicia, donde el nuestro estilo folk gustaba mucho. Y ya solo, como cantautor, además de toda España, he tocado en Alemania, Holanda, Francia, en muchos sitios. La verdad es que no puedo quejarme, ¡he viajado bastante!
¿Cómo te inspiras para crear canciones?
A partir de las cosas que vivo, las cosas que me inquietan, las cosas que me sacuden por dentro, todas estas cosas, crean ese impulso que se transforma en un impulso creativo. Y a partir de ahí, saco ideas de lo que veo, de lo que vivo, de lo que me cuentan, de lo que leo, lo cierto es que cojo ideas de todas partes y luego llega la inspiración. Yo siempre digo que la mejor biblioteca que existe es la vida y es de la vida de donde saco la información que necesito para después escribir.
Tus canciones a veces también son de denuncia, ¿verdad?
Sí, lo cierto es que en todos los discos hay alguna canción que toca temas que me preocupan. Por ejemplo, en el último, Diari de Llambordes hay una canción que se llama “Sara” que está inspirada en una niña refugiada que perdió a su madre y al hermano en el mar Mediterráneo y hay otra que denuncia la homofobia. Me gusta hacer visibles las injusticias como forma de queja. No soy un cantautor que haga canción de protesta, pero en cambio, en la vida protesto mucho. Y no me refiero a que me guste quejarme de todo, sino de protestar por lo que me parece injusto, por lo que me supera. Es mi forma de plantar cara.
¿Cómo lo haces para combinar todas tus facetas: la comunicación, la música, la escritura?
Como dice un amigo mío titiritero, soy un hombre del renacimiento y, aunque sea una exageración, quizá tenga algo de razón, porque soy una persona que todo el día estoy haciendo cosas. Tengo guitarras en todas las habitaciones, llevo libretas en todos los bolsillos, siempre llevo el ordenador y, es que cualquier momento puede ser el momento ideal, el momento de inspiración, y yo siempre tengo a mano la herramienta que me ayudará a aprovecharlo, a escribir lo que siento en ese instante. Nunca paro, siempre estoy haciendo cosas.
¿Qué recuerdos tienes de cada casa donde has vivido?
¡Muchos! Cuando era pequeño vivía en Reus en una casa de payés, en un barrio de campesinos que todavía existe, donde las calles eran como las de un pueblo. Mi abuelo era campesino y en la parte de abajo tenía las mulas, los caballos y los carros y los dos pisos de arriba eran propiamente la casa. Con los años la fuimos reformando y mis tíos y mis primos vivían en el primer piso y yo, con mis padres y mi hermano, en el segundo. Recuerdo que me encantaba subir a la azotea de esa casa los veranos y observar el vuelo de los vencejos, porque son unos voladores espectaculares. Incluso, en el último disco hay una canción que se llama “Falciots tomando el vuelo”, que es un pequeño homenaje a mi primo, con quien subía a esa azotea a observar los pájaros y el cielo azul y que murió de cáncer hace 3 años. Como ves, guardo un gran recuerdo de esa casa.
Y no es de la única. También tengo un recuerdo muy especial de la casa donde viví en Mont-roig del Camp. Tenía una cocina enorme y aunque la casa era preciosa, con unos espacios magníficos, no salíamos prácticamente de la cocina. Yo podía estar tocando la guitarra, mientras mi compañera preparaba la cena y leía un libro y las niñas hacían los deberes o dibujaban. Era el lugar donde estábamos juntos, donde nos sentíamos a gusto y, de alguna forma, podríamos decir que vivimos dos años en una cocina.
¿Tu casa es minimalista o llena de muebles? ¿Y cuáles son esos objetos que te acompañan a todas las casas?
Minimalista, totalmente. Me gusta tener las cosas justas y necesarias.
Aparte de mis guitarras y libros, siempre hay objetos que tienen un significado especial. Por ejemplo, tengo un zoótropo, una de esas máquinas antiguas donde en un círculo se ponían tiras de dibujos, lo hacías girar y se creaba una película, como si fuera un reproductor de cine. Puede decirse que es la primera cámara de cine. Pues bien, en mi segundo disco hay una canción llamada “Zoòtrop” y cuando salí del teatro donde presentaba el disco, mis amigos me regalaron uno. Siempre va conmigo, vaya donde vaya.
¿Tonos cálidos o tonos blancos?
Me gustan blancos, pero también por un motivo. La casa en la que vivo ahora tiene el suelo y los muebles de madera y, entonces, creo que combinados con las paredes blancas ya crean una atmósfera bastante cálida. Además, como siempre está lleno de instrumentos, las guitarras, el piano, un acordeón, realmente no necesita nada más de decoración.
¿Tienes algún rincón de la casa que sea tu espacio de creación?
Sí, sí, por supuesto. Ahora mismo, tengo una guitarra en el comedor, una guitarra en la que duermo y una guitarra donde creo normalmente. Nunca sabes en qué momento te puede llegar la inspiración y, si por ejemplo, me llega por la noche cuando ya estoy en la cama, puedo coger la guitarra y me ahorro tener que levantarme.
¿Eres ordenado o eres de los que tienen su propio orden?
Necesito ser aseado y te cuento por qué. A nivel mental soy muy desordenado y necesito que mi entorno físico esté totalmente en orden, porque si no, es el caos total.
¿Conoces el Cocoonig? Es una tendencia según la cual cada vez más personas se cierran en casa cuando lo que ocurre en el exterior les parece aterrador, crean como una fortaleza.
No lo conocía, pero no soy de ese grupo en absoluto. Cuando lo que hay en el exterior me parece aterrador, cojo el coche y tiro hacia la montaña. Y tengo mis dos o tres sitios preferidos, mis refugios en medio de la naturaleza. Por supuesto, uno es la Mussara, el otro es el Montsant, en el Priorat, y el tercero es la Mare de Déu de la Roca en Mont-roig del Camp, que es un paraje espectacular, parece que estés en otro planeta, parece que estés en Marte. Cuando me siento angustiado por lo que veo, por lo que ocurre a mi alrededor, me escapo 30 minutos a uno de estos parajes y me siento bien, me siento protegido.
Veo que has cambiado bastante de casa. ¿Eres porque eres un poco nómada o ha sido cosa de tu trabajo?
Un poco de todo, pero también influye mucho el hecho de tener buena o mala suerte. Por ejemplo, la casa donde vivíamos en Mont-roig del Camp, donde estábamos tan y tan bien, la dejamos por mala suerte. La casa de al lado tenía un problema estructural y nos dijeron que nos teníamos que marchar. Así que mis cambios no siempre han sido queridos.
¿Qué es lo que más valoras de una casa?
Creo que la luz es esencial y también lo es que te guste lo que ves cuando miras por la ventana. Porque, al fin y al cabo, un piso o una casa, por pequeño que sea, si lo decoras con un poco de gracia, pones unos muebles bonitos, te la haces tuya, es fácil que estés bien, es fácil adaptarte a ella.
Sin embargo, si cuando abres la ventana te encuentras ante un muro de hormigón, por muy bonita que sea tu casa, es difícil que te acostumbres, te acabará cansando. Y, por el contrario, puedes tener una casa que quizás no sea espectacular, pero si cuando abres la ventana o sales al balcón, lo que ves te hace feliz, es todo un mundo, te da oxígeno, tu casa se vuelve mucho más bonita de repente.