Vicenç Llorca, poeta, escritor, amigo, es un todo. Es alguien que se hace querer desde el primer momento que lo conoces. Hombre culto, enamorado de las letras, tiene un hablar pausado y suave, que, como la lluvia fina, cala dentro del alma. Su poesía y sus libros son un canto a todas esas inquietudes y sentimientos que los seres tenemos. A todo el mundo llega y no deja indiferente. Nos hace imaginar y dibujar nuevos mundos que nos enamoran.
¿Cómo te defines?
Como un humanista. Me siento solidario con las mujeres y los hombres que han hecho de la humanidad su causa a través de su sensibilidad y el trabajo que realizan. En mi caso, mi compromiso con la humanidad se da mediante el amor a la literatura y mi creación literaria.
¿Qué es para ti el hogar?
Es fundamental, ya que desde el hogar imaginamos el mundo y lo amamos. Y por eso tenemos ganas de viajar. Personalmente, me gusta mucho viajar, pero el momento más definitivo se produce cuando vuelvo a casa. Viajar es en cierta medida aprender a volver a casa.
¿Cómo descubriste tu vocación de escritor?
A los catorce años empecé a escribir y, desde entonces, no he parado nunca. Entonces me quedé impresionado por la belleza que había descubierto en los libros. Poder expresar las cosas literariamente, significa volver a crear el mundo, hacerlo tuyo, quererlo con tus palabras. Desde ese momento, he ido creando mi obra y también mi biblioteca personal.
Hablando de las primeras veces, ¿cómo fue la primera vez que escribiste poesía? ¿Y la primera que presentaste un libro tuyo?
A los trece años escribí unos poemas bajo el influjo sobre todo de las lecturas que estaba haciendo entonces. Quevedo y Maragall fueron de los primeros poetas que recuerdo haber leído con plena conciencia lectora. Y, en prosa, Pío Baroja y Narcís Oller. Mi primer libro en solitario fue La pérdida, en 1987, y lo presentamos en una masía rehabilitada como casal de juventud: el Mas Fonollar de Santa Coloma de Gramenet. Vino mucha gente de la ciudad y de Barcelona. Fue un acto poético maravilloso.
¿Cómo te inspiras para escribir?
Todo puede inspirarme. Una luz, una situación, una lectura, una audición… Lo importante es vivir abierto a los sentidos y al mundo. A partir de ahí, puedes escribir tranquilamente en casa, o en otros lugares a priori poco favorables a la creación, como en el metro. Me gusta, por ejemplo, escribir cuando viajo en avión. No sé, lejos de tener miedo surcar el espacio aviva mi imaginación.
¿Cómo se supera el miedo a la hoja en blanco?
Por suerte nunca he tenido miedo a la hoja en blanco. Me siento creativo, con muchas ganas de compartir con los lectores experiencias y sentimientos. Si no sale en un momento determinado la escritura, espero pacientemente y hago otra cosa. Normalmente, dejar hacer al corazón y a la mente me ha ido bien. Es como si la escritura se desarrollara en mi interior a la espera de encontrar la luz.
En un determinado momento te encontraste con la responsabilidad de sacar adelante la cultura de nuestro país. ¿Cómo asumiste el encargo?
La cultura me apasiona y gestionarla para ayudar a compartirla me gusta mucho. Durante la última década del siglo anterior y la primera de este, viví unos años muy intensos colaborando también como gestor de la cultura y guardo muy buenos recuerdos y amistades.
Por tu trabajo, has viajado a otros países para presentar tus libros. ¿Cómo han sido estas experiencias?
Me gustan mucho las relaciones humanas y el diálogo. Así que viajar y poder compartir lo que haces con personas de otras lenguas y culturas lo encuentro maravilloso. Para mí es un estilo de vida.
Durante muchos años has estado en el mundo de la docencia emocionando a los jóvenes. ¿Qué recuerdos guardas de esa etapa?
Siempre recuerdo el aula. Es un espacio mágico, donde creces como persona gracias al conocimiento y la relación con los profesores y otros alumnos. Cuando empecé a dar clases, volví a vivir esa alegría del aula, entonces como docente. Habitualmente, los alumnos te siguen si ven que crees en lo que haces y dices. E intentaba transmitir mi amor a los libros y a la cultura.
Actualmente hay muchos jóvenes que optan por estudiar fuera. ¿Qué piensas de ello?
En nuestra época esto era difícil. Por eso, siempre he valorado la formación en el propio espacio. Estudiar fuera me parece positivo cuando ya tienes una base de conocimiento y personalidad creada porque entonces puedes interactuar más desde lo que eres. Sin embargo, arraigarte y crecer en tu entorno es fundamental.
Unos años atrás se decía que los libros desaparecerían… ¿cómo se puede conseguir este equilibrio entre el libro digital y el libro físico?
Sí, se dice constantemente, pero el libro como entidad física en papel sigue existiendo. Personalmente, creo que es, al menos, por dos motivos. Por un lado, es un soporte insuperable: puede ser un objeto bello y, al mismo tiempo, muy perdurable, que no depende de baterías, compatibilidades de formatos, etc. Por otro lado, la lectura en papel es más relajada que en pantalla y además estamos muy cansados de las pantallas. Nos pasamos el día leyendo en móviles, ordenadores…, por lo que el libro nos ofrece una interesante alternativa.
¿Qué obra de las tuyas la recuerdas con más cariño? ¿Ya sea por el buen recibimiento del público o por ser para ti un reto?
La verdad es que quiero a todos mis libros por igual. Los siento como hijos. Quizás, y por no huir de estudio, te diría que fue muy emotivo para mí cuando gané el premio Salvador Espriu con el poemario Places de mans. La edición en la colección de L’Escorpí de Edicions 62, con aquella elegante portada blanca era como un sueño. Más tarde, publicaba en Columna mi primera novela, Tot el soroll del món. Significaba una nueva etapa de relación con mis lectoras y lectores, y con aquellos que han ido viniendo después.
Acabas de estrenar un nuevo libro, Simfonia de tardor, donde homenajeas a otro arte: el de la música. ¿Cómo te has documentado para escribirlo? ¿Eres un apasionado de la música, verdad?
En efecto, vivo con música permanentemente. En mi última novela he querido homenajear a la música y, sobre todo, a aquellos que la hacen posible como compositores, intérpretes. Más aún, mis protagonistas, Marc, compositor, y Emma, violinista, son un espejo de otra pareja de músicos del siglo XIX a la que homenajeo: Robert Schumann y Clara Wieck. Aparte de la documentación básica, me he dejado llevar por mi experiencia como “lector” de música y también del conocimiento del mundo de la música que he ido adquiriendo a través de mis amigos músicos, algunos de los cuales han musicado mis poemas.
Es una obra intimista, reflexiva. Marcos crea su sinfonía, ¿cómo sería la tuya?
Una sinfonía es como una catedral en arquitectura. Marc sueña con culminar una vida dedicada a la creación musical dejándose el alma en su sinfonía, que será a la vez del Pirineo y de otoño, y que acabará dedicando a su musa y gran amor de juventud, Emma. De hecho, en mi novela describo cómo sería mi sinfonía. No pongo ninguna anotación musical. Dejo que sean las luces, las emociones, los paisajes, el paso del tiempo en otoño lo que cree en la mente de cada lector su propia sinfonía. En cualquier caso, si yo tuviera que hacer una, crearía efectos luminosos a través de las frases musicales. Y, sobre todo, estaría llena de emoción. La autenticidad en literatura, y también en el resto de las artes, es vaciarte por encontrarte con el alma de las lectoras y los lectores.
Hemos pasado la pandemia y el sector editorial también se ha visto afectado. ¿Crees que ya se está remontando y recuperando?
Ciertamente, la pandemia nos ha limitado mucho. Yo mismo he tenido que posponer presentaciones de Simfonia de tardor o hacerlas con confinamientos municipales. Por suerte, vamos mejorando. Desde otro punto de vista, muchos lectores han vuelto a descubrir el placer de la lectura y la importancia del propio espacio.
A lo largo de tu vida has vivido en más de una casa. ¿Qué recuerdo guardas de cada una de ellas?
He vivido en tres hogares distintos. La de los padres siempre es especial. Cuando eres pequeño, los espacios te parecen inmensos y creas realidades diversas en cada rincón. Cuando salí de la casa natal, la nueva significaba la afirmación de mi propia personalidad y mi estilo de vida. Lo actual es mi núcleo vital y creativo. Desde mi estudio, hago mi obra y la comparto con ustedes.
Eres un hombre muy comprometido con la cultura, la poesía y la literatura… ¿qué balance haces de cómo está nuestra cultura?
Sí, es verdad. Nuestra cultura tiene dos caras. Por una parte, es extraordinaria, puesto que nuestra capacidad de creatividad es inmensa. Más aún, creo que somos una potencia creativa. Fíjate solo en nombres como los de Dalí, Gaudí o Verdaguer… Ahora bien, a veces nos cuesta poder difundir nuestra obra en el mundo. Especialmente, desde la literatura, puesto que la lengua catalana debe situarse en medio de lenguas muy potentes. Sin embargo, se hace un esfuerzo de traducciones muy grande y cada vez la literatura catalana es más conocida en todo el mundo.
Hablando de la casa, ¿qué es lo que más valoras cuando buscas una?
Sin duda, para mí es muy importante la luz. Personalmente, me gusta mucho la dialéctica entre el espacio cerrado donde vivimos y cómo se abre este espacio al día y por la noche. Y, por supuesto, que tenga un espacio para poder leer y escribir. Y te diría lo que dice Joan Salvat-Papasseit en su poema: “La casa que quiero/que el mar la vea…”
¿Te ves dejando la ciudad para vivir cerca del mar o de la montaña?
Me gusta tanto el mar como la montaña. Son espacios que me aportan sensaciones distintas. Ahora bien, me gusta vivir cerca del mar. Su presencia es como la de un gran amigo que me acompaña. Me inspira su inmensidad y disfruto de sus colores. Por eso, vivo en un núcleo urbano cercano a Barcelona, pero con salida al mar y la montaña.
¿Tienes una casa minimalista o llena de muebles?
Yo diría que equilibrada. No me gusta el apelmazamiento porque ahoga. Un exceso de minimalismo me provoca una cierta sensación de desnudez, como si faltara algo de vestido en el espacio. Eso sí, intento que todos los espacios de la casa sean claros. Sin embargo, debo admitir que ubicar mi biblioteca y papeles es un problema y me condiciona. Sea como fuere, prefiero los espacios llenos de libros. No sé, me acompañan, me ayudan a respirar…
¿Hay algún objeto que siempre te has llevado contigo a todas las casas?
Soy muy fiel a mis cosas y me cuesta mucho lanzarlas. De modo que siempre me he llevado conmigo todo lo que he sido capaz de reubicar. Hay pequeñas coqueterías. Algunos objetos de regalo, no pienses, de muy poco valor real pero de gran valor sentimental.
A la hora de pintar una casa, ¿te gustan los tonos cálidos o los blancos?
El blanco me gusta mucho. Pocas cosas son tan bellas como las casas pintadas de blanco. En casa, predomina la obra vista por fuera y por dentro reservo el blanco para los techos, ya que así se consigue más sensación de espacio. En las paredes, hay varias combinatorias: trigo, vainilla, azul cielo, pero también de vez en cuando rompo con unas naranjas o algún azul más eléctrico.
¿Tienes un ritual a la hora de escribir?
No especialmente. A veces pienso, te harás un té o te tomarás una copa de vino y te sentarás ritualmente… Ahora bien, a la hora de la verdad, me pongo a escribir sin más preámbulos y, a veces, ni siquiera con un vaso de agua. La concentración resulta primordial.
¿Tienes un rincón de casa en el que te inspiras para crear tus poemas?
Sí, me gusta mirar el cielo a través del ventanal de mi estudio. Si me levanto, puedo ver en el horizonte el mar. Por el contrario, también escribo a menudo durante la noche. El silencio ayuda a la concentración. En este caso, los momentos más mágicos acontecen durante las noches de luna llena: la luz crea un efecto lumínico maravilloso y, en más de una ocasión, salgo a la terraza a contemplar el claro de luna.
¿Eres muy ordenado o eres un poco desordenado en casa?
Me gusta el orden, pero sin obsesión. Cada proyecto que llevo a cabo requiere libros, papeles, apuntes y esto va creando poco a poco caos. Cuando veo que empiezo a tener demasiado alrededor, hago un esfuerzo de ordenación. Hay que reconocer que ordenar fatiga, pero después el espacio es más eficiente para todas las actividades que quieras realizar, desde comer a escribir.
¿Cuál es tu rincón favorito de la casa?
Pues ya habéis visto mi estudio. Tengo buena parte de mi biblioteca, un sillón donde me siento a leer y la mesa para escribir, que hace una detrás de la que tengo una parte emblemática de mi biblioteca: libros de autores a los que he dedicado ensayos, libros firmados, mi colección de poesía… Por cierto, conservo los mismos muebles que tenía en el piso anterior.
Con este último libro cierras una trilogía. ¿Qué proyectos tienes para este año que comienza?
Sí, con Simfonia de tardor cierro una trilogía sobre el amor como eje de la existencia humana y nuestra relación actual con el arte y la naturaleza. La empecé en 2011 con Todo el ruido del mundo y siguió con Aquell antic missatge de l’amor en 2018. Las tres obras han aparecido en la misma colección de novela de Columna en unas ediciones muy cuidadas. En cierta medida, en Simfonia de tardor planteo los ejes fundamentales de mi visión del mundo: la búsqueda de la armonía a través del amor, el estado estético como forma de vida y el respeto a la naturaleza como un gran diálogo entre nuestra alma y el cosmos.
Actualmente, estoy con un nuevo libro de poemas en el que intento expresar las contradicciones que nos hacen sentir la incertidumbre de nuestra época. Siguiendo esta traza, también he empezado una nueva novela en la que la reflexión sobre la memoria humana es muy importante. Mientras os dejo con esta novela-sinfonía que es Simfonia de tardor.